Todos conocemos la frase que dice "nacemos solos y morimos solos". Sin embargo, aunque esta afirmación contiene una verdad innegable, también es cierto que el ser humano es, por naturaleza, un ser social y no solitario. La pandemia del Covid-19 nos ha recordado de forma contundente cuánta soledad puede surgir cuando nos vemos forzados a estar separados de nuestros seres queridos.
Durante este periodo, muchos experimentamos la sensación de estar apartados, sin poder ver a las personas que más importan en nuestras vidas. Sin embargo, en medio de esta adversidad, encontramos soluciones innovadoras para mantenernos conectados. Las videollamadas, las reuniones virtuales y las redes sociales se convirtieron en nuestros aliados para combatir la soledad impuesta. Esto demostró que, aunque físicamente separados, nuestra necesidad de conexión no disminuyó.
La soledad y sus significados
El abandono es una experiencia profundamente dolorosa, no solo porque nos deja solos, sino porque nos sumerge en una soledad no deseada. Sentirse abandonado significa enfrentar una soledad que no hemos elegido, una sensación de ser relegados a un rincón, invisibles y desconectados. Esta experiencia contrasta con la soledad, que es una elección consciente de pasar tiempo a solas para reflexionar, conocerse a uno mismo y organizar nuestros pensamientos y sentimientos.
La soledad es un estado en el que, aunque estamos solos, no nos sentimos abandonados ni aislados. Es un espacio donde podemos encontrarnos a nosotros mismos, comprendernos y crecer. Es esencial diferenciar entre estar solo por elección y sentirse solo por abandono. La soledad puede ser enriquecedora y necesaria para nuestro bienestar emocional y mental. Nos permite desconectar del ruido externo y conectar con nuestro interior, lo que es vital para un desarrollo personal sano.
En contraste, el abandono es una imposición externa que nos arrebata la posibilidad de elegir. Es una experiencia que nos enseña sobre la vulnerabilidad humana y nuestra necesidad innata de pertenencia y amor. Cuando vivimos un abandono, estamos enfrentando una forma de soledad impuesta que nos hace sentir desprotegidos y desvalidos.
La pandemia nos mostró ambas caras de la moneda: el aislamiento impuesto y la
soledad elegida. Nos enseñó a valorar la compañía y a reconocer la importancia de las conexiones humanas. Aprendimos a apreciar más los momentos de interacción y a buscar activamente maneras de mantener nuestras relaciones, incluso en circunstancias difíciles.
Mi experiencia personal con el abandono
A nivel personal, en mi infancia viví varios abandonos por parte de mis padres. Este
hecho marcó mi vida profundamente. Aunque con el tiempo he trabajado estos temas psicológicamente, y eso me ha dado fuerzas para conocerme y saber quién soy, de pequeña experimenté un vacío emocional significativo. No me sentía querida como mis tres hermanas, quienes nunca fueron separadas ni entre ellas ni de mis padres. Ese vacío se llenó de culpabilidad: ¿no soy una niña buena para no ser querida? Mis padres siempre me parecían inalcanzables. Mi corazón se llenó de tristeza y me sentía muy vulnerable. Relacionarme con los demás me daba inseguridad, timidez y, poco a poco, mucha desconfianza.
Me sentía como un bicho raro al no sentirme querida por mis propios padres, quienes me habían traído al mundo. No sentía que formara parte de ninguna familia, viviendo en una constante parálisis mental y emocional por ser tan rechazada. Esta experiencia, en mi adolescencia, se transformó en una necesidad de controlar todo lo que me sucedía. Todo tenía que estar bajo un cierto grado de control, lo que me llevaba a más ansiedad y estrés, aunque en ese momento no lo sabía.
De adulta, pensaba que no merecía ser feliz ni amada. La inseguridad, la incomprensión y la injusticia llenaban mi mente. Sin saberlo, estaba en un estrés postraumático y todo lo que intentaba hacer lo autosaboteaba por no creer en mí.
La diferencia entre soledad y solitud
En última instancia, entender la diferencia entre soledad y solitud es crucial. La soledad es un refugio que elegimos, una pausa necesaria para la autoexploración y el crecimiento personal. La soledad, especialmente cuando es el resultado de un abandono, es una herida que necesita ser sanada con empatía, conexión y apoyo.
Como seres humanos, necesitamos aprender a equilibrar ambos estados, buscando momentos de soledad para nuestro bienestar personal y cultivando relaciones significativas que nos ayuden a superar los sentimientos de abandono y soledad. La pandemia fue una dura lección de esta dualidad, recordándonos que, aunque nacemos y morimos solos, la vida se enriquece y se vive plenamente en compañía de otros.
Para curarnos hay que saber aumentar nuestra autoestima con pequeñas acciones a diario. Reconectar con uno mismo, con nuestras aficiones, intereses, sueños y volver a aprender a disfrutar de cada cosa, por pequeña que sea.
Saber perdonar para liberarse de ese pasado tan pesado. Aprender a formular nuestras necesidades emocionales. Confiar en uno mismo y en los demás (cada ser es diferente, no tiene por qué hacernos daño). Desconectarnos de la rabia, la ira y buscar lo que nos calma y nos da sosiego para continuar sintiéndonos buena persona…