Todas las emociones tienen alguna función que las hace útiles y permite que las personas ejecuten con eficacia las reacciones conductuales apropiadas; incluso las emociones más desagradables tienen funciones importantes en la adaptación social y el ajuste personal (Septimex).
Su antídoto es llorar para evacuar la tristeza acumulada, estar con seres queridos para reconfortarnos y buscar personas alegres.
El antídoto de la ira es cultivar la paciencia, poder detenernos (en dicho momento) y respirar profundamente. Esto nos ayudará a regular la ira y sentirnos mejor con nosotros mismos.
La sorpresa es el antídoto contra la indiferencia.
Esta emoción nos enseña a saber decir no, a rechazar cosas que no podemos aceptar, siempre con respeto y delicadeza.
El antídoto del asco es la alegría.
La alegría es un antídoto potente a la hora de tratar conflictos. Ella regula la interacción social y promueve una buena comunicación.
Es muy importante saber que: ¡Una emoción no es negativa por sí misma!
Una emoción puede ser agradable o desagradable, pero está allí porque tiene su utilidad.
Así empieza la autogestión: parándote para identificar, entender y poder avanzar, siempre con sabiduría.
Para entender mejor vamos a coger como ejemplo uno de los sentimientos mas antiguo del mundo: el amor.
El amor no es una emoción, es un sentimiento.
Como muy bien explica Antonio Damásio, neurocientífico, profesor de la Universidad del Sur de California: “las emociones se representan en el teatro del cuerpo y los sentimientos en el teatro de la mente.”
“De manera teórica, pues, los sentimientos y las emociones se encuentran diferenciadas entre sí: los sentimientos parten de las ideas abstractas mientras que las emociones no. “